domingo, 18 de diciembre de 2011

Buenos Aires, Buenos Aires, avanzamos hacia el objetivo

Parece que mi campaña para conseguir la nacionalidad argentina va ganando peso. No sólo he recibido mensajes de aliento de mi “círculo” argentino de allende y aquende el océano, generalmente benevolentes amigos y familiares que son tolerantes con mis cosas, sino también de amigos españoles a los que sin duda mi empeño les ha cogido por sorpresa (ahora que lo pienso, debo moderar el uso de “coger” porque la mitad de mi corazoncito argentino podría morirse de risa).

Hace unos días, una bonísima amiga gaditana, Z.S.B., me ha hecho llegar vía correo postal su regalo por mi cuadragésimo tercer cumpleaños, porque, según me confesó “como tengamos que vernos para pasártelo seguro que antes a las ranas le salen pelos”, lo que dicho de boca de una licenciada en biología, aunque sea por la Universidad de Sevilla, tiene un no sequé de sentencia académica.

Así que le pasé mi dirección sevillana y a vuelta de correo urgente de nuestra nunca bien ponderada empresa pública postal, recibí en nuestro domicilio un librito y con sorpresa observé que se trataba de un “diccionario” argentino-español. Como buen caballero, le llame para darle las gracias por su obsequio que me había salido muy barato ya que no asistió a la fiesta que ofrecimos en la azotea de casa. “Nada, hijo” me dijo con un tono escamante “ya que te empeñas en hacerte argentino, al menos vete preparando”.

Siempre había pensado que convertirse uno en un buen argentino era cuestión de aprenderse la oración a la bandera (Bandera de la Patria celeste y blanca símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron Independencia y Libertad), leerse la obra completa de Borges o Storni, o como mucho memorizar diariamente el cambio del peso a dólares. Pero no. Para mi buena amiga, lo fundamental es que no confunda los términos y entienda al personal.

Así que mi lucha por la argentinidad me está relevando inquietantes opiniones de mi entorno, como la desconfianza hacia mi capacidad para entender y hacerme entender. ¿Explicará esto mi descorazonadora experiencia consular argentina? Aunque eso lo explicaré en mi próximo post.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El matrimonio argentino te puede dar dolor de cabeza, pero no la nacionalidad

Decidí que durante mis duras jornadas laborales, en vez de buscar en facebook a mis antiguos compañeros del cole y dedicarme a poner verde a Rajoy en los comentarios de la prensa, me pondría a estudiar cómo resolver la cuestión de mi nacionalidad. Porque con los días, aquella ocurrencia se había ido convirtiendo en una obsesión.

Cada vez que pensaba que la República de Argentina me rechazaba, me entraba como una calentura infecciosa por todo el cuerpo, que me ponía enfermo. Estás poco acostumbrado a que te rechacen, me dijo mi marido mientras me miraba con ojo clínico. La verdad es que no estoy acostumbrado. Siempre fui tan mono, tan simpático y tan educado (o por lo menos eso recuerda mi madre) que todas sus amigas querían abrazarme, acurrucarme y darme el biberón. Y por eso me ponía tan enfermo que algún país no me quisiera por ciudadano. Creo que el otro día Julio de Vido estuvo comentando tu caso en la Casa Rosada, me dijo mi marido. Eso, me dije, tómatelo a broma, ¡cómo no es a ti a quien rechazan!

Veamos, parece ser que el matrimonio con un argentino no te permite conseguir la nacionalidad, tan sólo acortar los plazos, que pasan irremediablemente por una estancia en el país. Por unos segundos estuve pensando en pedirle al jefe un par de añitos de vacaciones de nada, con sueldo eso sí, pero rechacé rápidamente la idea. Vayamos paso a paso. El primero, aprovechando que en Argentina también se han legalizado los matrimonios entre personas del mismo sexo, validar nuestro matrimonio español ante la República de Argentina.

Y como no veía muy entusiasmado a mi marido en mi lucha (¡no sin mi nacionalidad!) le propuse acompañarle en su visita al consulado argentino en Cádiz para sacarse el nuevo pasaporte. Así de paso pregunto cómo validar nuestro matrimonio en el registro civil consular, le dije. Levantó primero la ceja, luego ladeó la cabeza, y como quien no quiere la cosa me soltó a bocajarro: me temo que no hay Registro Civil en el consulado.

¡Cómo que no! exploté yo, ¡tooooodos los consulados tienen registros civiles! Si hasta en Tánger teníamos registro civil, ¿no te acuerdas que fue donde pedí mi partida de nacimiento cuando nos casamos? Si no, como se iban a registrar los natalicios, los matrimonios y las defunciones. En un consulado español tal vez, me respondió, en un consulado argentino no. ¡Ah…! Y ya no se llama Registro Civil, sino Registro de las Personas.

¡Pucha! ¿Será verdad o responderá a una sutil estrategia de mi hispanoargentino marido para desviar mi legítimo interés por conseguir su nacionalidad? La conversación me estaba dando dolor de cabeza, así que siguiendo la máxima de mi madre, nunca batalles de frente si puedes hacerlo por la espalda, sonreí y le dije a mi marido: Bueno, de todas formas te acompaño a Cádiz y hacemos un viaje romántico.

¿Romántico? ¡Y una gamba! San Martín, esto es la guerra.

martes, 15 de noviembre de 2011

Español de sangre, Argentino de Suelo

Bien, bien, me dije, seamos metódicos y vayamos investigando mientras diseñamos la estrategia para alcanzar la ciudadanía argentina. Hacía años había leído que en Alemania regía el derecho de sangre y en Francia el derecho de suelo. En aquella ocasión lo único que saqué en claro fue que los alemanes eran muy malos y los franceses muy buenos. Pero que tanto buenismo (fíjate, como ZP) les había llenado la casa de magrebíes y subsaharianos, una elegante forma de denominar a los negros de toda la vida de dios. Y mucho me temía que aquello era en parte lo que me impedía alcanzar mi deseada nacionalidad. El derecho de suelo, no los subsaharianos.

Y buscando y bicheando encontré que, efectivamente, en nuestro amado país ibérico, somos como los alemanes, de patriotismo sanguíneo. Es decir, que nazca donde nazca, el hijo de un español es español. En eso somos muy bilbaínos, nacemos donde nos sale del alma. Ahora bien, si una extranjera tiene la ocurrencia de parir en España, su hijo seguirá siendo extranjero por mucho que haya nacido en Matalascañas, por ejemplo. En cambio, en Argentina son más de patriotismo de solar: cualquiera que nazca en territorio argentino es argentino. ¡Pero como a un argentino se le ocurra nacer donde le dé la gana, ya la tiene liada! Muy injusto, ¿no?

Como les ocurrió a las nenas de M. y S., me dijo mi cuñada, en referencia a una encantadora pareja argentina, que residían en Andalucía como ciudadanos italianos. Como las niñas nacieron en España, los padres no tenían la nacionalidad española y Argentina no los reconocía por no haber nació en suelo argentino, tuvieron que registrarlas como italianas. ¡Ozú mi mare….! ¡Pobres niñas! Italianas por descarte. Seguro que de mayores terminarán en terapia, pensé. Imagínate: si acabas de nacer y ya hay dos países te rechazan, ¿qué vas a dejar para la adolescencia? ¡Qué fuerte! Y menos mal que Italia se había comportado dándoles la nacionalidad. ¿Te imaginas, tan chiquititas y tan apátridas las pobres?

Toda esa información me estaba llevando a replantearme la conveniencia de solicitar la nacionalidad argentina. Como Susanita me pregunté ¿y mis hijitos? Mi marido me miró con guasa y me respondió: yo no te veo muy embarazado, de momento. ¡Qué falta de perspectiva! Vale que ahora la paternidad no sea algo que nos preocupe. Pero hay que tenerlo en cuenta. Y si voy a luchar por una nacionalidad, tengo que pensar en todo. ¡No quiero pensar en una hija adolescente reprochándome su apatridez! Nada, me dijo mi marido, si quieres que los niños tengan la nacionalidad argentina del tirón los tenemos en Berazategui y problema resuelto.

¿Donde mi suegra? ah, no, me dije, que igual le daba por querer que fueran italianos como ella y ya teníamos montado el quilombo. Argentino, naturalmente.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Tribulaciones de un español aspirante a la nacionalidad argentina

¿Y por qué no escribes un blog titulado “quiero ser argentino”? La propuesta de mi concuñado argentino durante la tertulia típica de la sobremesa de un almuerzo dominical sevillano en familia me gustó, habida cuenta de mi experiencia de casi tres años con un blog personal. Hace unos días me preguntó si me había puesto manos a la obra y decidí no esperar mucho más: he aquí el resultado de tal sugerencia.

Pero primero deberé presentarme. Soy un ciudadano español nacido allende el Estrecho de Gibraltar, de una familia bastante viajera. Baste decir que desde finales del siglo XIX ninguna generación de mi familia, ni por parte de madre ni por parte de padre, ha nacido en la misma Comunidad Autónoma que la anterior. Y yo personalmente no nací ni siquiera en territorio nacional, sino en el encantador, por aquella época, hospital italiano de la ciudad de Tánger, Marruecos.

Es importante destacar este hecho como antecedente de mis aventuras ante la administración consular de la República Argentina, ya que los trámites consulares fueron para mí tan normales como para un chaval de hoy ir al centro de salud. Cierto es que cuando niño no tenía muy claro aquello del Consulado General de España, pero sí que era un edificio con muchas escalinatas al que había que ir para cualquier trámite: para conseguir el pasaporte, una partida de nacimiento, etc. y que siempre terminaba con la irritación de mi madre por el trato francamente malo de los restos de la burocracia consular franquista y la persistente exigencia, que entonces no comprendía pero que me parecía fatal, de exigir a mi madre que mi padre refrendara siempre cualquier trámite. Ahora sé que era la exigencia del machista Código Civil español de la época pero que entonces lo consideraba una putada más de los cabrones del consulado.

Cuando finalmente mi actual marido, hispano argentino de nacimiento, y yo decidimos contraer matrimonio (¡gracias ZP!) me ilusionó la posibilidad de conseguir su nacionalidad. Al fin y al cabo, me dije, igual que yo le podía dar la mía de necesitarlo (cosa que por otra parte no necesitaba), él podría darme la suya en un justo quid pro quo matrimonial. Y aunque sabía que se trataba de una posibilidad muy remota mientras la República de Argentina no reconociera los matrimonios de dos personas del mismo sexo, muy ilusionado se lo dije. Mi austral marido puso cara de geranio y me respondió con una pregunta que me han hecho desde entonces muchos más ciudadanos de la república: ¿la nacionalidad argentina? ¿para qué?

Aquello me sobresaltó. ¿Para qué demonios quiere uno una nacionalidad? Bueno, para coleccionar pasaportes de forma legal, por ejemplo. O para que en tu obituario pongan aquello de "el hispano-argentino Fulanito de Tal", un poner. Pero no quise detenerme en algo tan banal y le pregunté que como se hacía. Ni idea, me respondió. En Argentina te la dan en seguida, si vives allí.

Con tan poca información, me decidí a buscar por internet, y me llevé dos desagradables sorpresas. Primero, que es tan fácil convertirte en argentino en Argentina como imposible hacerlo fuera de ella. Segundo, que la nacionalidad argentina es algo muy voluble, tan pronto la tienes como te la quitan. Educado en el principio constitucional de que ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad, descubrí con sorpresa que un argentino puede perderla en cuanto lo decida el presidente de la República.

Alarmado se lo dije a mi marido, el cual no salía de su asombro por mi empeño en argentinizarme, y me respondió que si no habían echado del país a Menen, no tenía que ser algo que me preocupara. Especialmente no siendo argentino, recalcó con cierta sorna.

Bien, parece que a la República de Argentina no le intereso como ciudadano, a pesar de lo educado, limpio y simpático que soy (según mi madre, claro). Pero también soy muy cabezón, así que no pienso parar hasta que la señora Cristina Fernández de Kirchner me dé lo que en buena ley me corresponde por matrimonio. Aunque luego de un tiempito me la quite.