Parece que mi campaña para conseguir la nacionalidad argentina va ganando peso. No sólo he recibido mensajes de aliento de mi “círculo” argentino de allende y aquende el océano, generalmente benevolentes amigos y familiares que son tolerantes con mis cosas, sino también de amigos españoles a los que sin duda mi empeño les ha cogido por sorpresa (ahora que lo pienso, debo moderar el uso de “coger” porque la mitad de mi corazoncito argentino podría morirse de risa).
Hace unos días, una bonísima amiga gaditana, Z.S.B., me ha hecho llegar vía correo postal su regalo por mi cuadragésimo tercer cumpleaños, porque, según me confesó “como tengamos que vernos para pasártelo seguro que antes a las ranas le salen pelos”, lo que dicho de boca de una licenciada en biología, aunque sea por la Universidad de Sevilla, tiene un no sequé de sentencia académica.
Así que le pasé mi dirección sevillana y a vuelta de correo urgente de nuestra nunca bien ponderada empresa pública postal, recibí en nuestro domicilio un librito y con sorpresa observé que se trataba de un “diccio
nario” argentino-español. Como buen caballero, le llame para darle las gracias por su obsequio que me había salido muy barato ya que no asistió a la fiesta que ofrecimos en la azotea de casa. “Nada, hijo” me dijo con un tono escamante “ya que te empeñas en hacerte argentino, al menos vete preparando”.
Siempre había pensado que convertirse uno en un buen argentino era cuestión de aprenderse la oración a la bandera (Bandera de la Patria celeste y blanca símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron Independencia y Libertad), leerse la obra completa de Borges o Storni, o como mucho memorizar diariamente el cambio del peso a dólares. Pero no. Para mi buena amiga, lo fundamental es que no confunda los términos y entienda al personal.
Así que mi lucha por la argentinidad me está relevando inquietantes opiniones de mi entorno, como la desconfianza hacia mi capacidad para entender y hacerme entender. ¿Explicará esto mi descorazonadora experiencia consular argentina? Aunque eso lo explicaré en mi próximo post.
Hace unos días, una bonísima amiga gaditana, Z.S.B., me ha hecho llegar vía correo postal su regalo por mi cuadragésimo tercer cumpleaños, porque, según me confesó “como tengamos que vernos para pasártelo seguro que antes a las ranas le salen pelos”, lo que dicho de boca de una licenciada en biología, aunque sea por la Universidad de Sevilla, tiene un no sequé de sentencia académica.
Así que le pasé mi dirección sevillana y a vuelta de correo urgente de nuestra nunca bien ponderada empresa pública postal, recibí en nuestro domicilio un librito y con sorpresa observé que se trataba de un “diccio

Siempre había pensado que convertirse uno en un buen argentino era cuestión de aprenderse la oración a la bandera (Bandera de la Patria celeste y blanca símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron Independencia y Libertad), leerse la obra completa de Borges o Storni, o como mucho memorizar diariamente el cambio del peso a dólares. Pero no. Para mi buena amiga, lo fundamental es que no confunda los términos y entienda al personal.
Así que mi lucha por la argentinidad me está relevando inquietantes opiniones de mi entorno, como la desconfianza hacia mi capacidad para entender y hacerme entender. ¿Explicará esto mi descorazonadora experiencia consular argentina? Aunque eso lo explicaré en mi próximo post.
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