¿Y por qué no escribes un blog titulado “quiero ser argentino”? La propuesta de mi concuñado argentino durante la tertulia típica de la sobremesa de un almuerzo dominical sevillano en familia me gustó, habida cuenta de mi experiencia de casi tres años con un blog personal. Hace unos días me preguntó si me había puesto manos a la obra y decidí no esperar mucho más: he aquí el resultado de tal sugerencia.
Pero primero deberé presentarme. Soy un ciudadano español nacido allende el Estrecho de Gibraltar, de una familia bastante viajera. Baste decir que desde finales del siglo XIX ninguna generación de mi familia, ni por parte de madre ni por parte de padre, ha nacido en la misma Comunidad Autónoma que la anterior. Y yo personalmente no nací ni siquiera en territorio nacional, sino en el encantador, por aquella época, hospital italiano de la ciudad de Tánger, Marruecos.
Es importante destacar este hecho como antecedente de mis aventuras ante la administración consular de la República Argentina, ya que los trámites consulares fueron para mí tan normales como para un chaval de hoy ir al centro de salud. Cierto es que cuando niño no tenía muy claro aquello del Consulado General de España, pero sí que era un edificio con muchas escalinatas al que había que ir para cualquier trámite: para conseguir el pasaporte, una partida de nacimiento, etc. y que siempre terminaba con la irritación de mi madre por el trato francamente malo de los restos de la burocracia consular franquista y la persistente exigencia, que entonces no comprendía pero que me parecía fatal, de exigir a mi madre que mi padre refrendara siempre cualquier trámite. Ahora sé que era la exigencia del machista Código Civil español de la época pero que entonces lo consideraba una putada más de los cabrones del consulado.
Cuando finalmente mi actual marido, hispano argentino de nacimiento, y yo decidimos contraer matrimonio (¡gracias ZP!) me ilusionó la posibilidad de conseguir su nacionalidad. Al fin y al cabo, me dije, igual que yo le podía dar la mía de necesitarlo (cosa que por otra parte no necesitaba), él podría darme la suya en un justo quid pro quo matrimonial. Y aunque sabía que se trataba de una posibilidad muy remota mientras la República de Argentina no reconociera los matrimonios de dos personas del mismo sexo, muy ilusionado se lo dije. Mi austral marido puso cara de geranio y me respondió con una pregunta que me han hecho desde entonces muchos más ciudadanos de la república: ¿la nacionalidad argentina? ¿para qué?
Aquello me sobresaltó. ¿Para qué demonios quiere uno una nacionalidad? Bueno, para coleccionar pasaportes de forma legal, por ejemplo. O para que en tu obituario pongan aquello de "el hispano-argentino Fulanito de Tal", un poner. Pero no quise detenerme en algo tan banal y le pregunté que como se hacía. Ni idea, me respondió. En Argentina te la dan en seguida, si vives allí.
Con tan poca información, me decidí a buscar por internet, y me llevé dos desagradables sorpresas. Primero, que es tan fácil convertirte en argentino en Argentina como imposible hacerlo fuera de ella. Segundo, que la nacionalidad argentina es algo muy voluble, tan pronto la tienes como te la quitan. Educado en el principio constitucional de que ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad, descubrí con sorpresa que un argentino puede perderla en cuanto lo decida el presidente de la República.
Alarmado se lo dije a mi marido, el cual no salía de su asombro por mi empeño en argentinizarme, y me respondió que si no habían echado del país a Menen, no tenía que ser algo que me preocupara. Especialmente no siendo argentino, recalcó con cierta sorna.
Bien, parece que a la República de Argentina no le intereso como ciudadano, a pesar de lo educado, limpio y simpático que soy (según mi madre, claro). Pero también soy muy cabezón, así que no pienso parar hasta que la señora Cristina Fernández de Kirchner me dé lo que en buena ley me corresponde por matrimonio. Aunque luego de un tiempito me la quite.
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