martes, 15 de noviembre de 2011

Español de sangre, Argentino de Suelo

Bien, bien, me dije, seamos metódicos y vayamos investigando mientras diseñamos la estrategia para alcanzar la ciudadanía argentina. Hacía años había leído que en Alemania regía el derecho de sangre y en Francia el derecho de suelo. En aquella ocasión lo único que saqué en claro fue que los alemanes eran muy malos y los franceses muy buenos. Pero que tanto buenismo (fíjate, como ZP) les había llenado la casa de magrebíes y subsaharianos, una elegante forma de denominar a los negros de toda la vida de dios. Y mucho me temía que aquello era en parte lo que me impedía alcanzar mi deseada nacionalidad. El derecho de suelo, no los subsaharianos.

Y buscando y bicheando encontré que, efectivamente, en nuestro amado país ibérico, somos como los alemanes, de patriotismo sanguíneo. Es decir, que nazca donde nazca, el hijo de un español es español. En eso somos muy bilbaínos, nacemos donde nos sale del alma. Ahora bien, si una extranjera tiene la ocurrencia de parir en España, su hijo seguirá siendo extranjero por mucho que haya nacido en Matalascañas, por ejemplo. En cambio, en Argentina son más de patriotismo de solar: cualquiera que nazca en territorio argentino es argentino. ¡Pero como a un argentino se le ocurra nacer donde le dé la gana, ya la tiene liada! Muy injusto, ¿no?

Como les ocurrió a las nenas de M. y S., me dijo mi cuñada, en referencia a una encantadora pareja argentina, que residían en Andalucía como ciudadanos italianos. Como las niñas nacieron en España, los padres no tenían la nacionalidad española y Argentina no los reconocía por no haber nació en suelo argentino, tuvieron que registrarlas como italianas. ¡Ozú mi mare….! ¡Pobres niñas! Italianas por descarte. Seguro que de mayores terminarán en terapia, pensé. Imagínate: si acabas de nacer y ya hay dos países te rechazan, ¿qué vas a dejar para la adolescencia? ¡Qué fuerte! Y menos mal que Italia se había comportado dándoles la nacionalidad. ¿Te imaginas, tan chiquititas y tan apátridas las pobres?

Toda esa información me estaba llevando a replantearme la conveniencia de solicitar la nacionalidad argentina. Como Susanita me pregunté ¿y mis hijitos? Mi marido me miró con guasa y me respondió: yo no te veo muy embarazado, de momento. ¡Qué falta de perspectiva! Vale que ahora la paternidad no sea algo que nos preocupe. Pero hay que tenerlo en cuenta. Y si voy a luchar por una nacionalidad, tengo que pensar en todo. ¡No quiero pensar en una hija adolescente reprochándome su apatridez! Nada, me dijo mi marido, si quieres que los niños tengan la nacionalidad argentina del tirón los tenemos en Berazategui y problema resuelto.

¿Donde mi suegra? ah, no, me dije, que igual le daba por querer que fueran italianos como ella y ya teníamos montado el quilombo. Argentino, naturalmente.

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